sábado, 7 de febrero de 2009

Perfectamente Maravillosa

El texto que les dejo a continuación, es un relato que escribí para participar de un concurso de literatura el año pasado. El relato tiene su base en una conocida obra musical. Lo escribí tratando de no dar nombres y tratando de que la inspiración no fuese tan explícita. Aquí les dejo un texto mío, que me dejó más que satisfecho al terminarlo. Lo malo es que no ganó el concurso. Pero lo disfruté mucho.

Perfectamente maravillosa

“¡El tiempo vuela entre cuna y cajón, ese es el ABC!”, eso fue lo que me quedó en la mente desde que la vi parada en aquel pequeño escenario, mucho tiempo atrás. Cuando la vi cantando aquellas canciones, ricas en sentimientos, supe que ella sería perfecta. Gracias al amigo que conocí al llegar a ese país, hoy puedo escribir sobre ella y contar acerca de lo que sucedió con ella en ese lugar. -Estoy aquí hace una eternidad –recuerdo que me dijo con su voz tan particular, una voz que, con mis largos años y mis antiguas experiencias, aún hoy puedo reconocer.
-¿Una eternidad de cuánto? –le pregunté. Y ella me contestó, con su voz cansada:
-Una eternidad de tres meses –y supe que ella era la indicada. Luego de esa respuesta, le pedí que tomara un trago conmigo. Me contó que su trago favorito era uno llamado ‘Ostras de la pradera’. Pedí dos y al cabo de media hora los dos ya sabíamos mucho acerca del otro. Hacia la una de la madrugada me dijo:
-Discúlpame, pero en unos minutos tengo que volver al escenario. Termino y continuamos, ¿vale? –y se fue, dejándome allí con los dos tragos, uno a medio tomar y el otro ya tomado. Al rato la presentan, supe su nombre al fin, y comenzó a moverse con una silla como compañera al compás de la orquesta. En ese momento no supe decidir acerca de quién era mas grande, si ella o el escenario. Actuó durante cinco o seis minutos y desapareció por media hora. Luego de esperar sin éxito decidí irme. Entonces alguien se me acerca y me dice que Fräulein “algo” pide que me quede un rato más. Y así lo hice. Me senté a esperar sentado a la mesa, esperando a la misteriosa Fräulein. Apenas unos minutos mas tarde, aparece ella y se sienta junto a mí. La felicité por su magnífica actuación y me dijo que el Herr del cual hablaba era yo. Quedé atónito con ese comentario y me propuso volver a verla al día siguiente. Le dije que no prometía nada, pero que haría lo posible. Me insistió y no tuve mas remedio que decir que sí. Contenta por mi respuesta, mi querida artista se levantó, besé su mano y la vi cerrar la puerta con el cartel que decía “Privado” tras ella.
Ese primer día en ese país aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Es una lástima que nuestra relación se haya terminado de esa manera tan abrupta. Fue doloroso para los dos, pero no hubo otra solución. Ella decidió quedarse allí y volver a su antiguo trabajo y yo decidí volver a mi país. Pero la acompañé a su trabajo para ver su última interpretación. Había prometido no trabajar más en ese lugar luego de hacer lo que hizo. Prometió hablar con un tal Max para dejar de trabajar ahí. Nunca supe que si habló o no. Pero sé que fue su última función. Allí la escuche decir cosas acerca de algo que quizás en ese momento podría haber sido, acerca de que no le tenían que contar a su mamá, y algo acerca de mí que yo ya había escuchado. Pero concluyó su carrera artística en ese lugar cantando algo que aún hoy me queda grabado en la memoria. Nunca olvidaré ese número. Fue el más sincero que interpretó desde que la conocí. Dijo muchas verdades en esas pocas estrofas y realmente, sentí que ella era la indicada. Pero me resigné a perderla en ese momento.
Junto a mi amigo Ernst concurrimos a un evento que se celebraba en el lugar de trabajo de ella. Nos encontramos los tres y bebimos juntos hasta el fin del evento, ya muy avanzada la noche. Luego de eso, mi amigo nos llevó a mi artista y a mí hasta la puerta del hotel. Una vez adentro se nos complicó encontrar la habitación pues era tal el estado en el que estábamos que no podíamos hacer mucho y perdíamos un poco la cordura. Nos acostamos a fumar un cigarrillo y después de eso no recuerdo más nada. Solamente recuerdo que al despertar a la mañana, estaba acostado y con ella a mi lado, abrazándome. Nunca pude saber qué fue exactamente lo que sucedió, pero favoreció mi relación con mi artista.
A mitad de semana la dueña del hotel nos invitó, a mí y a mi dama compañera, a su boda con el dueño de la verdulería que proveía al hotel de frutas y verduras. Encantados aceptamos la invitación y a la semana de eso, nos encontrábamos en un predio alejado de la ciudad festejando la unión de la hermosa pareja. Allí nos encontramos con Ernst, mi amigo, y nos contó acerca de su relación con la dueña del hotel. Nos dijo que era un amigo de hacía ya varios años y que ella le hacía el favor de guardarle cosas en el hotel y el le pagaba por ello, y que también él le enviaba inquilinos nuevos. Yo era uno de esos inquilinos. Durante el festejo de la unión llegó Fräulein Kost al predio y fue presentada como una de las principales inquilinas del hotel de la señora. Confieso que en mi estadía en el hotel nunca había visto a Madame Kost por los pasillos o en la sala de estar. Según mi artista, era una mujer completamente silenciosa, hasta cuando llevaba a algún caballero a su habitación. En ese momento supe el porqué de la fluida entrada y salida de caballeros del hotel. A pesar de todo, Fräulein Kost no parecía ser lo que todo el mundo comentaba. Parecía una señora de la alta sociedad, correcta, vestida muy elegante, perfectamente ataviada e impecable. No era como mi artista. Ella se vestía con ropas estrambóticas, coloridas, ligeras, adecuadas para el estilo de vida que llevaba.
Ernst pasó a ser un hombre detestable desde que mostró su cinta en su brazo izquierdo y desde que demostró su desprecio hacia el marido de la dueña del hotel. Me vi obligado a seguir sociabilizando con Ernst porque él era el único medio por el cual yo podía conseguir dinero, además de mis pobres clases de inglés. Cada vez menos alumnos venían a tomar clases y cada vez más se agrandaba mi deuda con la dueña del hotel. Pero gracias a mi artista no perdí mi habitación. Ella supo hacer arreglos con la dueña del hotel para que no me exigiera tan rigurosamente el pago del alquiler. Mis problemas económicos eran cada vez mas grandes y no encontraba trabajo fácil. Todos los empleadores pedían como requisitos para poder trabajar ser de ese país o hablar bien el idioma y ser católico. Yo era católico, no practicante, pero católico al fin. Pero no era del país y apenas si lograba dominar lo necesario del idioma. Entonces apareció Ernst ofreciéndome trabajos que requerían viajes a otro país pero a cambio de eso me pagaba bien. Los marcos necesarios para devolverle a mi artista el favor que ella me hacía con la dueña del hotel.
Por esa época surgió un partido político, liderado por un hombre ridiculizado por el Maestro de Ceremonias del lugar de trabajo de mi dama compañera. Pronto fue ridiculizado en todo el país y por esto decidió instaurar en el país un sistema político nunca antes experimentado. Desde ese día en el país se vivió con miedo. Mi artista no iba tan seguido a trabajar como antes y yo hacía cada vez viajes mas frecuentes. Hasta que un día, volviendo del otro país, me decidí y abrí la valija que debía llevar hasta el domicilio de Ernst. Dentro de la maleta había armas de fuego con sus respectivas cajas de balas. Y yo decía que eran perfumes importados de la gran capital del perfume. Me sentí usado por Ernst. Usado por el partido y usado por el líder ridiculizado. Al llegar al país, le llevé la valija a Ernst y le aclaré que no haría nunca más trabajos como ese. A los días, Herr Ludwig, así era llamado en el hotel, se presentó para hablar con la dueña del hotel. Charlaron durante poco más de una hora y Ludwig se fue. Yo me acerqué a la dueña del hotel, quien se secaba las lágrimas de la cara con su pañuelo.
-Madame, ¿está bien? –le pregunté y ella levantó su cabeza, me miró y me dijo:
-No…Herr Ludwig…Herr Ludwig me acaba de decir… -me comenzó a decir y el llanto se apoderó de ella.
-¿Qué le dijo Herr Ludwig, Madame?¿Qué le dijo? –le pregunté, esperando una respuesta más que obvia.
-Me dijo que mi matrimonio no es aconsejable. Me dijo que si no me separo de mi esposo, sufriré las consecuencias de haberme casado con…con…con un judio.
-Pero, Madame, ¿usted sabía que su marido es judío?
-Sí, sabía. Pero como en ese momento no sucedía nada, no nos importó. Ahora me doy cuenta. Ahora me doy cuenta…
-Madame, ¿qué mas le dijo Ludwig?
-Me dijo que yo soy de aquí pero que mi marido no.
-Pero si su marido es de aquí, nació aquí.
-Pero ‘ellos’ no se fijan en su nacionalidad, se fijan en su religión. Se fijan en su fe. Y mi marido va contra las reglas. Le agradezco el regalo que nos hicieron usted y su compañera, pero no lo puedo aceptar ahora. Disculpe –eso me dijo y se fue, llorando, hacia su habitación. Yo tomé el frutero de cristal tallado que les habíamos regalado y me lo llevé conmigo a la habitación. Allí estaba mi artista, sentada en la cama y al verme entrar, se levantó, se acercó a mí y me abrazó y me dijo:
-Tengo miedo… tengo miedo… ¿Qué vamos a hacer? –y yo no supe qué contestarle.
Al verla parada, con ese largo micrófono delante suyo, cantando la canción que más me conmovió, sentí que en ese momento se rompía algo. Oírla tan desesperada, gritando, pero conservando su magnífica voz, me hizo darme cuenta de que allí, en ese escenario, estaba quien podría estar a mi lado en este momento en el que ya poco me queda por hacer. Allí decidí finalizar un capítulo de mi historia. Una historia que hoy decidí retomar para relatarla, ante alguien que no se quién es. Espero que sea ella quien la lea, pero sé que es en extremo difícil que sea ella quien la lea.
Recuerdo que un día nos habíamos quedado con seis marcos entre los dos y no sabíamos qué hacer. A ella todavía no le pagaban en su trabajo y era temporada de vacaciones por lo cual yo no daba clases de inglés y Ernst no me ofrecía ningún trabajo. Sumado a todo esto, la dueña del hotel nos exigía el pago del alquiler de la habitación. Pero entonces, mi artista tuvo una idea rara pero eficaz. Decidió que en uno de sus números musicales iría mesa por mesa pidiendo dinero a los clientes por haber visto tal espectacular número musical. Todos los presentes ese día le dieron considerables sumas de dinero y con eso pudimos pagar el alquiler y sobrevivir un mes más en la ciudad. Juntos concordamos en hacer eso una vez al mes. Gracias a la magnifica idea de mi artista pudimos vivir lo bastante bien en una ciudad que poco a poco iba siendo invadida por las fuerzas del líder ridiculizado.
Una noche, en el lugar de trabajo de ella, tuve el placer de conocer al Maestro de Ceremonias. Hablando acerca del líder ridiculizado, me dijo:
-Debes aprender muchas cosas sobre vivir para sobrevivir aquí. No es un país fácil éste. Hace años lo era, pero ya no. Mírame a mí, soy alemán pero no lo soy y aquí estoy. Tú ves a los demás como yo, en mis mismas condiciones y están todos encerrados. Yo no. Este trabajo me ha enseñado mucho y me ha enseñado, por sobre todo, a sobrevivir. Yo siendo esto que soy, supe escapar muchas veces de la política y del poder. Siempre me han querido llevar pero nunca lo han logrado. He tenido tal éxito aprendiendo de gente como yo, que hacen las cosas iguales y así terminan, encerrados. Yo hago las cosas distintas, yo las hago con mi arte. Utilizo toda mi experiencia para subsistir en un país alborotado. Se dice que éste tipo de lugares enseñan a morir y no a vivir. Yo te puedo asegurar que no es así. Si sabes cómo permanecer aquí, aquí aprendes a ser una verdadera persona. No es como afuera. Aquí está la verdadera enseñanza. Quédate hoy con nosotros, detrás del escenario y experimenta lo que te digo. Verás que el líder, viendo lo que verás, es un ser completamente nulo –y así lo hice. Esa noche me quedé detrás del escenario y pude vivir esa sensación de estar en otro mundo, donde todo lo bueno pasa, y todo lo que pasa es bueno.
Gracias a esa noche en el lugar de trabajo de mi artista supe que lo que estaba haciendo, protegiéndome, de manera ficticia, de la política, estaba mal. Yo veía a mi compañera, con ese miedo que me había manifestado, pasarla tan bien en ese lugar, que no supe porqué me había dicho que tenía miedo. Ese día comprendí que ella no era una mujer común. Era completamente independiente, orgullosa, brava, osada, valiente, pero por sobre todo, auténtica. Nunca conocí a otra mujer como ella. Ni aún habiendo pasado mas de cuarenta años. Ella siempre fue la mejor, la única, la verdadera mujer a la que amé. Cuando recuerdo su cara, rememoro todas las veces que vi su rostro, maquillado, expresando sentimientos sin parar. Sus piernas, bailando al compás de la música, moviéndose con agilidad. Sus brazos, acompañando sus piernas con la danza, incomparables maravillas. Desde que la vi supe que era la mujer indicada para mí.
Cuando por fin decidí enfrentar la situación por la que estábamos pasando, era tarde. Sumándole que mi relación con mi artista estaba más que avanzada, yo estaba complicadísimo. Ya llevaba en ese país varios meses y mi compañera seguía trabajando en su lugar habitual, cantando y bailando. Fui a verla varias noches y cada vez me sorprendía más. Lograba superar cada vez más su interpretación anterior y lo hacía de una forma perfectamente maravillosa. Cada vez que el líder ridiculizado aparecía sobre el escenario, mi artista y yo recordábamos la vez que me dijo que tenía miedo por lo que pudiese suceder y nos reíamos de eso. Junto al Maestro de Ceremonias, luego de cada función, nos quedábamos hablando y tomando tragos hasta que un día llegó el líder ridiculizado al lugar de trabajo de mi artista. Hombres con cintas en sus brazos izquierdos aparecieron tras él y toda la compañía del lugar corrió a refugiarse mientras que mi artista, el Maestro de Ceremonias y yo nos quedamos en nuestra mesa mirando cómo el Führer caminaba hacia nosotros. Llegó hasta nuestra mesa y preguntó:
-¿Quién es el dueño de este lugar? –mientras que el Maestro de Ceremonias comenzaba a pararse, se abrió la puerta que decía “Privado” y un hombre alto apareció en el umbral.
-Soy yo, Mein Führer –dijo. Era un hombre alto, delgado, de ojos claros y pelo corto oscuro.
-Usted. ¿Max? –le preguntó el líder.
-Sí, yo –contestó el dueño del lugar.
-Quiero ver la función –le ordenó a Max.
-Pero ya ha terminado, Mein Führer –le dijo.
-No me importa, quiero verla –y no dijo más y se sentó en la mesa contigua a la nuestra. Mi artista se fue a preparar para otra función y yo me quedé en la mesa, esperando a que sucediera algo. Luego de que el líder se sentara a la mesa, siento una mano que me toca el hombro izquierdo. Giro mi cabeza y veo que mi amigo me sonreía. Me levanté y lo golpeé en la cara, rompiéndole la nariz. Sus compañeros me agarraron los brazos y uno de ellos comenzó a golpearme en mi abdomen hasta que la voz del líder le ordenó detenerse y que me soltaran. Me sentí protegido por él. Pero me había equivocado. Luego de que la golpiza hubiera acabado, él mismo se acercó a mí y me golpeó el abdomen y luego la cara.
-Así aprenderás a no meterte conmigo, americano imbécil –me dijo, y se fue junto a sus fieles. Yo quedé ahí, golpeado, rodeado de sangre y orgulloso por haberme enfrentado al Gran Líder. Luego de un rato, mi vista comienza a nublarse y lo que recuerdo es gritar el nombre de mi artista.
Desperté y estaba acostado en un sillón bastante cómodo en un lugar que no conocía
-Mira, despertó, querida –oí decir a alguien. Mi vista comenzaba a hacerse nítida.
-¿Estás bien? –me preguntaron.
-S…sí, estoy bien –contesté.
-¿Por qué hiciste eso? ¿No ves que ahora saben que estas en contra de sus ideas?
-Sí, lo sé. Lo hice porque debía hacerlo. Yo sé que estoy en contra de ellos. ¿Tú estás con ellos? –le pregunté, esperando una respuesta satisfactoria.
-No sé.
-Pues, si no estás en contra de todo esto, estás a favor o tal vez te convenga estarlo.
-¿Pero no ves que ellos dominan todo el país, que pronto deberemos adaptarnos a ellos?
-Prefiero morir en lugar de adaptarme a ellos. Me sorprende que tú estés a favor de ellos.
-Yo no dije que estoy a favor o en contra. Simplemente, no lo sé –me dijo y se levantó del sillón. Camino hacia un estante que había en una pared cercana y al darse vuelta vi que había agarrado alcohol y una toalla. Se sienta a mi lado y me dice:
-Es para curarte las heridas. Con ellos o no, estoy a tu lado –y me puso la toalla bañada en alcohol sobre una de mis cejas. Al rato había dejado de tener manchas rojas en mi cara y parecía una persona normal. Gracias a su magnífica atención pude sobrevivir a ese golpe que recibí. Esa atención que tuvo conmigo me demostró que ella, a pesar de sus grandes defectos, era una mujer de buen corazón, con principios nobles y un espíritu incansable e invencible. Sus dotes de artistas le habían compuesto un carácter muy particular. Siempre alegre hasta cuando los motivos escaseaban. Siempre fue una mujer divertida, que iluminaba con su luz cada lugar al cual ingresaba. Eso es algo que nunca podré olvidar de ella.
El día que pasó lo más trágico de nuestra relación, yo me mostré decepcionado por lo que iba a hacer. Me había defraudado. Aún prometiéndome no hacerlo, lo hizo. Es algo que en ese momento y años mas tarde no le perdoné. Pero hoy, muchísimos años mas tarde, estoy dispuesto a perdonarle eso y mucho más.
Un día estábamos los dos, solos, en nuestra habitación del hotel y nos pusimos a fumar y a tomar su trago favorito. Entre muchas cosas, me dijo que me amaba. Era la primera vez que lo hacía. La primera vez luego de tantos meses que me decía lo que yo tanto anhelaba escuchar. La vi convertida en una niña. Una niña a la cual le hacía falta un poco de amor. Una niña de la noche, que luego de tantos desamores por fin encontraba un amor legítimo. Correspondí a esa frase con un abrazo que, sé, nunca olvidaría. Luego de ese abrazo, nos besamos y esa noche, coronamos nuestro amor. Al despertar a la mañana siguiente, ví que no estaba a mi lado. Me levanté y recorrí la habitación y el hotel y no aparecía por ningún lado. Seguí buscándola hasta que la dueña del hotel me dijo que ella había salido temprano hacia no sabía dónde. Me quedé en el hotel esperando a que llegara y así pasó todo el día. Cerca de la noche, la veo entrar. Enojado me dirigí hacia ella y ví en su cara tanta felicidad que el enojo lo olvidé y le pregunté que por qué tanta felicidad.
-Estoy embarazada, querido… Estoy embarazada –me dijo y me abrazó y me besó. Mi felicidad en ese momento fue inmensa.

A la semana de la gran noticia se supo que el líder ridiculizado seguía ascendiendo políticamente. El terror se apoderó del país y la gente comenzó a huir de allí. Yo me contacté con mi familia en América y obtuve por respuesta que en la casa de mis padres había lugar para mi y para mi artista. Pero cuando le propuse ir a América, se negó completamente. Me dijo que el país era su lugar, que allí había logrado ser quien en ese momento era y otras cosas. Se negó rotundamente. Tanto, que tuve que pensar quedarme allí con ella, sabiendo que en América estaría a salvo de lo que se avecinaba en los años posteriores. Con estos sucesos, mi relación con mi artista se fue deteriorando, pero nunca se apagó el amor que había entre los dos.
Días mas tarde, mi artista me dijo que iría a ver al médico porque no quería tener a nuestro hijo. Argumentó ser bastante irresponsable consigo misma y ni hablar de la responsabilidad que requería un hijo. Y dicho eso, se fue a ver al médico. A la hora regresó y dijo que estaba indecisa. A los dos días, durante la tarde, yo regreso del mercado y ella no estaba en el hotel. Me dirigí a la habitación y me recosté en la cama a esperar. Al llegar ella, entró con un paso lento, desabrigada y con cara de dolor. Le pregunté dónde estaba su abrigo de piel y no me contestó. Le reiteré la pregunta y tampoco contestó. En ese momento comprendí todo. Lo único que me dijo fue:
-Perdón…Perdón… -y luego de eso, le crucé la cara. Llorando, se sentó en la cama y yo me dispuse a buscar mi maleta y mi ropa. Metí todas mis pertenencias en la maleta y me fui de la habitación. Ella me demostró ser valiente y que sabía tomar decisiones, pero que hay veces que es mejor equivocarse. Al día siguiente volví al hotel y le exigí que viajara conmigo hacia América. Me dijo que no. Me dijo que hablaría con Max para dejar de trabajar en su lugar de trabajo y que nunca más entraría allí.
A la noche la acompañé hasta su lugar de trabajo para que hablara con Max. Se dirigió hacia la famosa puerta del cartel y la cerró tras ella. Al pasar bastante tiempo, decidí entrar e interrumpir la charla. Pero lo que ví no fue una charla, sino un trato sucio de un sucio dueño de club. Mi artista aspiraba algo de la mesa de Max. Lo golpeé y tomé a mi artista del brazo y la arrastré hasta la puerta. Se soltó y dijo que ella era una mujer de palabra y que cumpliría su trato. Yo le dije que hiciera lo que le plazca, era su vida, no la mía. Veinte minutos más tarde, yo me encontraba sentado a una mesa y viéndola interpretar aquellos cuadros musicales que tanto me habían enamorado antes.
Solamente hubo un cuadro que me sorprendió. El cuadro final. Escuchándola cantar, me di cuenta de muchas cosas. Supe que aún así, con todos sus defectos y virtudes, sus cosas buenas y cosas malas, era la indicada. La ví tan niña, tan mujer, tan señorita, tan adulta. La canción fue puro sentimiento. En ese instante, mientras gritaba, desesperada “¡El tiempo vuela entre cuna y cajón, ese es el ABC!¡La vida es un Cabaret nomás!¡Sólo un Cabaret nomás!¡Y yo amo ese Cabaret!”, supe que ella era una mujer perfectamente maravillosa.
CeBe.

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